Homero Altamirano

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Esta es la página dedicada a Homero Altamirano, cañetino.
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De Arauco vengo
Los orígenes
Capítulo primero.

Nací en las tierras de Arauco, provincia de Chile bañada por el océano Pacífico y delimitada al oriente por las cumbres de la Cordillera de Nahuelbuta, parte de la Cordillera de la Costa que allí tiene la forma de medialuna arqueada hacia el mar. Para entrar o salir de mi provincia hay que ascender las cumbres de esta cordillera.

El objetivo de este escrito es relatar mis vivencias y trasmitirlas a mis hijas, amigos y parientes, para que me comprendan mejor y porque creo que muchas de ellas serán entretenidas y alguna enseñanza dejarán.

Mi papá, Don Ricardo Altamirano Arriagada fue profesor de Historia y siempre nos decía que una cosa principal es ubicarse en el tiempo y en el espacio, y que la geografía y el paisaje de alguna manera determinan el comportamiento y el carácter de las personas. Siguiendo esa línea, en la primera parte entregaré antecedentes sobre esos tópicos y luego desparramaré recuerdos, a lo mejor sin orden, pero tratando de ser coherente de alguna forma.

Arauco tiene bien ganado su nombre pues es tierra de mapuches o araucanos como le llamaron los españoles. Los vocablos de la lengua mapuche o mapudungún son allí corrientes y uno se habitúa a ellos. Aunque yo nací en Cañete de la Frontera, pueblo bautizado por los españoles, en homenaje al Gobernador de Chile García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, la mayoría de las voces que nombraban pueblos o localidades cercanas que oí durante mi infancia, son mapuches:

Nahuelbuta: Morada del puma (Felino americano) La Cordillera de los cañetinos.

Cayucupil: (Cayu = 6 Cupil = cunas. Localidad al pié de Nahuelbuta al oeste, donde

llegaron mis bisabuelos,

Peleco: (Co=agua; Pele=Barro, por analogía :Pantano, agua barrosa) primera

localidad al sur, primera estación del ferrocarril desde Cañete hacia

Purén (Cacique mapuche)

Huillinco: (Huillin = nutria de río) Agua de nutrias. Primera localidad al Norte a 6 o 7 Km de Cañete. Lugar de paseos campestres de mi niñez.

Tucapel: Adueñarse a viva fuerza.

Licauquén: Lican: piedras pulidas naturalmente y de diversos colores que usaban los

mapuches como adorno. Localidad al oeste camino al mar donde abundan estas piedras.

Quelen-quelen: Cernícalo o aguilucho

Antihuala: Antü = sol, Huala = ave acuática.

Lebu: Deformación de Leufu = el río.

Pangueco: Agua del pangue (nalca, tallo comestible)

Ponotro: Original Punotro. Notro = Arbol de flor roja; pu = plural: Los notros.

Pillim-pillim: Muy frío. Lugar en la alta cordillera.

Curanilahue: Vado pedregoso. Lugar para atravesar el río.

Lanalhue: Donde penan las Almas. nuestro lago.

Huilquehue: Lugar de zorzales (Pájaro).

Huentelolen: Arriba del foso.

Paicaví : Reunión por la paz.

En fin, cada lugar que fui conociendo hasta los 12 años, estaba vinculado al mapuche. Por que esta región de mi país fue habitada y protegida por el pueblo mapuche hasta 1868 cuando se inició la ocupación del territorio por parte de la República de Chile a través de avanzadas militares comandadas por Cornelio Saavedra y caravanas de colonos.

Cañete es también uno de los primeros enclaves del invasor español en nuestro territorio, junto con Santiago, Concepción y Valdivia. Tratando de establecer una ruta terrestre entre Concepción y Valdivia, el conquistador Pedro de Valdivia, fundador de Santiago de Chile se abrió camino por la costa del golfo de Arauco y a 140 km. de Concepción estableció el Fuerte de Tucapel el que tuvo corta vida y en cuyos alrededores el conquistador fue capturado y ajusticiado por los mapuches en 1554.

También allí, según las crónicas de Alonso de Ercilla y Zúñiga el poeta español que acompañó la conquista, fue capturado y ajusticiado el caudillo mapuche Caupolicán sometido a cruel suplicio (Fue empalado, o sentado en una estaca).

Según algunas versiones que recogió y difundió mi padre, en la batalla de Tucapel, donde fue apresado Valdivia, participó el primer Altamirano que pisó esas tierras, un lugarteniente de Valdivia que sostuvo el siguiente diálogo con su “capitano”

Valdivia (Rodeado por las huestes mapuches y en el límite de sus fuerzas:

¡¡¡¡¿¿¿¿ QUE HACEMOS ????!!!!

Altamirano: ¡¡¡ QUE QUIERE VUESA MAJESTAD QUE HAGAMOS

SINO QUE PELEEMOS Y MURAMOS!!!

Esta versión es ratificada por la Historia de Chile de Francisco Antonio Encina, en su tomo 1 capítulo VIII: » Las trompetas tocaron retirada. El Gobernador (Valdivia) dirigiéndose a los suyos les preguntó: Caballeros, ¿qué haremos? . El capitán Altamirano, natural de Medellín, hombre bravo y arrebatado, le respondió … » lo ya dicho, texto inscrito en el escudo de Cañete.

Todo esto es difícil de verificar pues, según las crónicas todos los acompañantes de Valdivia fueron apresados y ajusticiados, a no ser que alguna mapuche se haya prendado del huinca, después de rescatarlo herido del campo de batalla y cuidarlo, permitiendo de esta forma que yo esté hoy aquí escribiendo estas notas. Creo que esta anécdota da cuenta cabal de los orígenes de la mayoría de los habitantes de esta tierra: aunque algunos quieren negarlo o lo ocultan, son pocos los chilenos que no lleven sangre mapuche en sus venas.

Después de la batalla de Tucapel, por orden de García Hurtado de Mendoza, el fuerte fue reconstruido y fundada la ciudad. Pasado un tiempo el lugar fue nuevamente asaltado por los mapuches y abandonado por largo tiempo y refundado en 1868 por el General Cornelio Saavedra durante el proceso conocido como «Pacificación de la Araucanía».

En esta última y definitiva tentativa por establecer población foránea, llegaron a estas tierras nuestros antepasados, y aunque no están precisados todos los detalles, algunos daremos para orientar al lector.

Se dice (mi tío Andrés lo dice), que en la ola de «pacificadores» a cargo del ejército de la República de Chile, venía cierto Santos Altamirano, de rango no precisado que instaló sus reales en la localidad de Arauco y de ahí recorrió la comarca hacia los cuatro puntos cardinales. Si éste era o no descendiente del otro Altamirano, ¿quién sabe?, pero queda la posibilidad que el sobreviviente de la refriega de Tucapel, después de recuperarse de sus heridas, haya permanecido en la zona, e incluso que haya recibido alguna encomienda por servicios prestados a la corona ¿ Quien sabe?.

En su afán pacificador, el Altamirano en cuestión asumió la tarea a su manera y se dice que logró pacificar varias doncellas de la comarca, hijas de colonos de avanzada y princesas mapuches presentadas por sus padres los caciques como forma de mejorar las relaciones.¿Quizás pu?

Una de las damas pacificada fue Doña Mercedes Troncoso mi bisabuela, madre de Juan Altamirano, reconocido como su hijo, por el gentil hombre Don. Santos, según consta en acta inscrita en la Parroquia de Lebu.

Don Juan hubo de rascárselas con sus propias uñas y derivó en hábil carpintero especializado en la construcción de lanchas, faluchos, botes y pequeñas embarcaciones, habiendo sido reconocida su habilidad y culminando su obra en la localidad de Puerto Saavedra, desde donde salieron, atestadas de trigo hacia California, las barcazas construidas por mi abuelo paterno. En Lebu casóse con doña Juana Arriagada, quién imprimió en la generaciones posteriores su sello y su figura: la primogenitura de las mujeres, dotadas de natural liderazgo y listas para mandar. Mis tías, hermana, primas, hijas y sobrinas podrán dar testimonio de aquello.

Nacieron de este matrimonio cinco hijos hasta donde yo tengo conocimiento: Tránsito, la mayor ( ¿No ven? ), Gregorio, Bernardo, Andrés (nuestro TIO ) y Pedro Ricardo mi papá.

Por parte de mi mamá Doña ANA ARAVENA ACUÑA, los antecedentes más lejanos de nuestros orígenes, también nos llevan a Cañete. Junto con el ejército ( ¡Al final parece que toda nuestra vida ha estado marcada por la presencia de la milicia!), llegó una ola de colonos que iban a ocupar las tierras mapuches, definidas como desocupadas y ociosas por los Gobernantes (que descendían de los españoles y para los cuales «los indios no contaban»).

(A propósito de lo recién escrito, el complejo de superioridad de los europeos hacia los pueblos de los demás continentes está tan marcado en todos los lugares que ellos invadieron, que por todas las latitudes se verifican manifestaciones del mismo: Viajando en una oportunidad desde Roma hacia Johannesburgo, en Sudáfrica, me tocó como compañero en el avión un muchacho de 20 años aproximadamente, gringo por donde se le mirara, rubio, cara de zapatilla, pecoso y con dientes de conejo (Disculpen el racismo). Antes de aterrizar el avión dió un rodeo que permitía ver las luces de una gran ciudad, y le comenté a mi compañero de ruta: ¡ Johanes it is really a very big city¡ How many people lives there? ¿vieron? . El me contestó : ¡60.000 personas!. No puede ser le digo, y luego de un momento de reflexión él responde: Los negros no cuentan¡¡¡¡¡)

En la oleada invasora venían los progenitores de mis abuelos: Don Ambrosio Aravena, padre de mi abuelo Nolberto Aravena, y Don Dámaso Acuña y Jaque, padre de mi abuelita Carolina. Don Dámaso, que según contaba mi abuelita era entendido en leyes participó en el proceso de entrega de tierras y según parece le fue bastante bien pues la familia Acuña llegó a ser propietaria de grandes extensiones de tierra en los alrededores de Cayucupil. Todavía quedan algunas propiedades por allí, que pertenecen a Fernando Acuña y sus familia.

Loa Aravena también tocaron su parte y todavía queda como testimonio la Hijuela que pertenecía a mi abuelo a orillas de la carretera.

Don Nolberto y Doña Carolina engendraron una numerosa familia, como se estilaba en esos años: ¡Doce en total!, que representa típicamente a las familias campesinas de esa época. Los hombres mayores dedicados a la agricultura en la pequeña hacienda, permitieron que los demás se educaran. El mayor de todos, el tío Julio, pronto emigró en busca de su propia tierra y consiguió unas 300 ha en Pellahuén, en plena Cordillera de Nahuelbuta al sur de Capitán Pastene. Siguiendo la tradición, junto a la tía Tránsito llegó a tener 16 hijos. Le siguió los pasos el tío Victor, que se instaló en Lumaco y tenía una pequeña heredad a orillas del río junto al pueblo. No tengo claro si poseía además otras tierras.

El tío Domingo, se dedicó a los negocios agrícolas instalándose en Angol, donde se incorporó a Ferrocarriles, llegando Jefe de estación en esa localidad y en Los Sauces.

El tío Lucho que le seguía se hizo cargo de la hijuela y abastecía a la familia de hortalizas, papas, trigo, mantenía algunas vacas que proveían la leche y criaba una variedad de aves de corral y cerdos. Habiendo recibido los conocimientos básicos en la escuela primaria fue un aprovechado autodidacta. Tengo en la memoria su colección de una revista argentina a la que se había suscrito, de muy buena calidad y que difundía información detallada sobre las técnicas agrícolas. La Chacra se llamaba, la que incluía temas de cultura general que el leía con dedicación e incorporaba a su acervo. Nos ponía prueba y decía. “ A ver Uds. Que van a la escuela, ¿Donde queda Yucatán? y repetía Yucatáaaan, alargando la última sílaba. Nosotros nos mirábamos, confundidos, y el daba triunfante la respuesta : ¡¡¡¡En el Golfo de México!!!!. La frustración, se me ocurre, lo llevó a la bebida, y cuando se embriagaba, lo escuchábamos repetir mientras dormía : ¡¡¡¡Yucataaaan!!!!.

La tía Concepción, la “Conchi” quedó para vestir santos, acompañando a la abuela. Siempre pasó así en las familias de antaño, la mayor de las mujeres debía quedarse con la madre. Excelente cocinera, tenía a su cargo la casa. Como muchas personas de su generación habían aprendido el mapuche y negociaba con aquellos que venían al pueblo a vender quesos, fruta o pescado. Tenía una romana de 10 kilos, de mesón, y un “almud” para medir papas, arvejas, porotos, etc. Muy religiosa, pertenecía a la orden de los franciscanos y siempre llevaba su escapulario. Tengo una foto de los años 30 que encontré entre los recuerdos de mi madre y allí está ella ¡hermosa de verdad!.

Excelente cocinera y buena para el diente, la visitábamos frecuentemente porque sabíamos que ella nos convidaría abundantemente de manjares y meriendas que siempre mantenía en la alacena o en la cocina. Para nosotros los Altamirano Aravena compartir un queso fresco con la tía Conchi era un festín, tomaba un cuchillo y sacaba gruesas rebanadas que ofrecía y que consumíamos golosamente con un trozo de rico pan amasado. Con el trigo nuevo sancochado, preparaba el “catuto”, en forma de pequeñas sopaipillas que después servía con leche con azúcar o con sal, según el gusto de cada uno. Esos eran los cereales que consumíamos.

Siempre andaba ideando forma de preparar algo rico. Durante un tiempo compartimos la casa de la abuela y regularmente ella decía: “ Miren chiquillos, agarren esa gallina que anda medio “borracha”, Hay que comérsela antes que muera. ¡Que nos decían a nosostros! Atrapábamos el volátil el que en dos por tres se transformaba en una rica cazuela. Ella mantenía una huerta en el patio de la casa donde cultivaba una gran variedad de hortalizas y flores. Más atrás estaba el gallinero siempre bien provisto.

Habiéndose criado entre campesinos, y aún siendo muy creyente, compartía las creencias e historias que circulan entre los campesinos. Su pasión eran los “entierros”. Según ella, alli donde bailaban lucecitas en la noche, había un entierro. Había que marcar el lugar para volver después a excavar y extraer las ollas repletas de monedas de oro y plata que habían enterrado los españoles o los mapuches. Nosotros éramos incrédulos y aunque escuchábamos pacientemente las descripción de los lugares donde había entierros, y ella nos animaba a completar la búsqueda, nunca fuimos más allá. Sin embargo un cierto verano, llegaron de visita dos primos que vivían en Santiago, los que quedaron impresionados con las historias de la tía, y rápidamente se armaron de palas y picotas para acometer la empresa que prometía jugosas ganancias.

Comenzaron por el patio trasero, que era bastante amplio, (la propiedad abarcaba un cuarto de manzana), y trabajaron durante sus vacaciones haciendo agujeros aquí y allá. Cuando habían llenado de hoyos el patio salieron hacia la hijuela, a ubicar un lugar señalado por la tía, al lado del camino que llevaba a la hijuela. Allí, según ella, al norte de un viejo roble ubicado a la orilla del sendero, cuando uno pasaba al atardecer, se escuchaban lamentos y ruidos de cadenas arrastrados por dolientes, además en varias ocasiones ella había visto con sus propios ojos, la luz que indicaba la ubicación del tesoro. Nuestros primos trabajaron duramente durante todas las vacaciones, sin que su búsqueda entregara resultados. Pero no se dieron por vencidos y al año siguiente volvieron para continuar su búsqueda infructuosa.

Veía, figuras de Cristo y del Sagrado Corazón en los oscuros rincones de las habitaciones y en la cocina, en la superficie de las tablas, donde efectivamente había manchas y decoloraciones o nudos, que ella interpretaba como imágenes. Al atardecer, salía a la calle y desde la entrada de la casa señalaba un lugar ubicado hacia el final del pueblo, siempre oscuro pues en esos años no había llegado aún la electrificación alas calles, y decía: “ Miren chiquillos, allá, al lado del cerco de la casa de Fulana se puede ver de vez en cuando, la figura radiante de “un gallo de oro sin huesos””. Allí mismo comenzaban las discusiones: ¿Cómo puedes saber tú tía, que aquel gallo no tiene huesos?. Ella insistía y al ver nuestra insistencia, se enojaba y nos retaba.

Tenía una guitarra, y era eximia intérprete de polkas, valses y piezas clásicas. Con su habilidad había ganado el título de Profesora y regularmente en las tardes, a la hora de la siesta, recibía alumnas y alumnos, que aprendieron los secretos del precioso instrumento, bajo la dirección de esta gran mujer campesina, única e inolvidable.

El tío Ramón, el menor de los hombres, como el tío Arturo y las mujeres menores, entre ellas mi madre, tuvo la oportunidad de completar estudios de secundaria. Él estudió en la Escuela Industrial, y se graduó como mecánico de automóviles, destacando rápidamente en el pueblo reparando en su garaje los pocos vehículos que había en esos días. Adquirió un De Soto, marca de los años dorados y fue uno de los primeros taxistas de Cañete. Dotado de fuerte y armoniosa voz cantaba los tangos de Gardel como nadie y era número fijo en las reuniones sociales de Cañete. Fue integrante de la primera brigada de scouts y yo heredé la flauta que tocaba.

Siguiendo la senda de la abuela Carolina, que se había recibido como una de las primeras “preceptoras”, nombre que se dio a los profesores a comienzos de este siglo, cuatro de los Aravena estudiaron en la Escuela Normal: el tío Arturo, la tía Marta, Mercedes y mi madre, dando inicio a una legión de profesores en mi familia, de modo que entre descendientes de los Altamirano y los Aravena, hasta la segunda generación, se cuentan a lo menos una treintena.

Hasta aquí, los antecedentes de mi familia materna, que constituye una familia típica de aquellos que iniciaron la ocupación de la provincia de Arauco, pioneros que sentaron las bases del progreso de nuestra provincia, y que junto a otros pequeños agricultores y comerciantes, crearon el entorno en el cual nací y me formé, gente sana y solidaria, no siempre respaldada por las autoridades, las que les dieron el “pago de Chile”, repartiendo las mejores tierras entre colonos traídos de Europa, y a los cuales me referiré más adelante.